En su libro Tierra Viviente (2021), el ecólogo Británico-Venezolano Stephan Harding (8 de julio de 1953 – 2 de septiembre de 2024) relata cómo, durante su trabajo de campo doctoral, llegó a reconocer la importancia de tener una perspectiva más holística para equilibrar el rigor del método científico con los aspectos cualitativos no medibles. Descubrió que había brechas considerables entre el muestreo cuantitativo y el uso de la intuición como método de observación científica; era necesario estudiar los ecosistemas no solo por la función de sus partes constitutivas, sino que más bien como parte de un todo. En sus palabras, una “inteligencia viva integrada”. Desde ese entonces, la llamada ‘ecología profunda’ se hizo parte fundamental de su vida y trabajo.
Alfredo Erlwein-Vicuña y Felipe Viveros / Endémico
Nacido en Venezuela en 1953, llegó a Inglaterra a la edad de 6 años. Stephan fue uno de los más destacados educadores y filósofos ecológicos de la historia reciente. Se doctoró en Ecología en la Universidad de Oxford, desde donde condujo proyectos de investigación en Zimbabue, Costa Rica y Venezuela. Desde ahí fue invitado a ser parte del grupo de científicos, artistas, filósofos y activistas que fundaron el pionero Schumacher College, en Devon, Reino Unido. Ahí lideró por casi treinta años la Maestría en Ciencias y Ecología de Sistemas, que combina estudios de filosofía de la ciencia, ecología profunda, complejidad y caos, climatología, biología y teoría Gaia.
Una de las primeras personas invitadas a enseñar en el Schumacher College fue el afamado científico de la NASA y futurólogo britanico James Lovelock, que junto con la bióloga estadounidense Lynn Margulis co-creo la teoría de Gaia. Stephan trabajó muy de cerca con Lovelock, específicamente en avanzar el entendimiento científico de la Tierra como un superorganismo con la capacidad de mantener homeostasis o autorregular sus variables ambientales, tales como concentración de gases atmosféricos, temperatura planetaria, estado redox, ciclos del agua y nutrientes, entre varias otras variables.
Como erudito y respetado ecólogo, Stephan ayudó a profundizar y consolidar el “Mundo de las Margaritas”; un modelo matemático de Lovelock que emula la interdependencia entre el mundo orgánico e inorgánico; el “acoplamiento cercano” entre la vida y el ambiente, desde donde surge la autorregulación a escala planetaria como propiedad emergente resultante de la selección natural convencional. De esta manera, ayudó a establecer que los trillones de interacciones biogeoquímicas entre los millones de especies que habitan la tierra, tales como hongos, árboles, pumas, abejas, entre otros, y los sistemas inorgánicos como lo son el agua, el dióxido de carbono, cocolitóforos, etc., son esenciales para generar las condiciones idóneas para la evolución de la vida en la Tierra.
Stephan ayudó a posicionar el concepto de la “Tierra viviente” en múltiples campos a través de múltiples conversaciones y aplicaciones como la de Deep Time Walk. Junto al reconocido matemático y biólogo Britanico-Canadiense Brian Goodwin, fueron pioneros en una nueva forma radical de hacer ciencia, en la que se reconoce el rol del científico(a) como participante en el proceso de observación y conocimiento de los fenómenos, y en la comprensión de las dinámicas que están detrás de la vida. En sus propias palabras:
“Debemos aprender a sentir que Gaia está viva –un grandioso y misterioso, ser vivo. Comprender que Gaia posee propósito y que la evolución tiene sentido. Que la vida no solo existe debido al proceso de selección natural, sino que más bien hay algo profundamente teleológico acerca de ella, que la vida en la Tierra tiene significado y propósito […] podríamos decir que la Tierra en su totalidad es una gran conciencia. No está afuera de nosotros; más bien nosotros estamos adentro” (Chevalier, S. 2018.3 para).
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